De las colonias y de sus ángeles

Las ciudades, lugares en los que te puedes encontrar con casi cualquier situación imaginable, recorremos sus calles a diario y a veces se nos escapan pequeños detalles; seguramente os hayáis cruzado con algún gato, muchos hay, que a diario, rondan por las calles de nuestra ciudad, y algunos de ellos con una curiosa marca en la oreja, puede que parezcan un viandante más pero en realidad todos tienen una historia particular detrás.

Pensemos ahora en unos pocos nombres: Mari, Mónica, Antonio, Susana, … puede que, para muchos, tan solo sean nombres, nombres que puede que incluso coincida con el de algún conocido vuestro; para otros, en cambio, son mucho más, son la idea de lo que, a lo largo de la Historia, se ha dado a conocer como ángeles; que dedican su poco tiempo libre a cuidar a los que, según algunos, “viven bien en las calles”, nuestros queridos gatos de las colonias.

Hace unos 10.000 años, en la zona de la Media Luna Fértil, se inició el proceso de acercamiento entre humanos y gatos, desde entonces, y hasta nuestros días, hemos continuado con esa maravillosa relación.

Nos encontramos en la ciudad de Pontevedra, la Boa Vila, en la que, distribuidos por cerca de 125 colonias felinas, habitan más de 800 gatos; esos gatos malviven en las calles de la ciudad, sufriendo penurias, maltratos indiscriminados e inacción por parte de quienes tienen facultad para evitar que esto suceda.

Esa existencia incierta se ve aliviada gracias a esos ángeles, que sacrifican su integridad, ya que muchas veces son reprobados, amenazados por otras personas y con la amenaza de sufrir sanciones; que sacrifican parte de su tiempo, tiempo que no pasan con sus familias y que, en definitiva, sacrifican parte de su vida al cuidado de los gatos de la ciudad. Día tras día, sin importar que haga mal o buen tiempo, van a proveer de ese alimento tan necesario y a comprobar que todos están bien, recogiendo a los enfermos y curando a los heridos.

Para los cuidadores de colonias es una obligación diaria, autoimpuesta, y no exenta de riesgo, ya que gran parte de las veces lo tienen que hacer a escondidas, por temor al daño que puedan sufrir los gatos, o ellos mismos, por parte de humanos asalvajados, que actúan de manera impune debido a la pasividad existente entre los, como anteriormente hemos mencionado, facultados para evitarlo. Sin ellos morirían muchos, abandonados a su suerte, sufriendo hasta perecer de hambre o enfermedad, tristes y solos. Esa no es manera de pasar una vida ni de que ésta llegue a su fin.

Puede que alguna vez, mientras recorréis vuestra ciudad, veáis a un gato pasar; recordad que quizá sea su hora de comer y que hay alguien preocupado, esperando por él, y preguntándose por qué llega tarde.

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